Durante casi dos horas y propulsada por la potencia de una orquesta de noventa piezas, los fans de la saga disfrutan de un recital épico, mientras en una pantalla gigante se proyectan imágenes de las cintas. No se trata de una operación recaudatoria cualquiera, o tal vez sí, pero bien hecha: el propio Williams ha elegido los temas, dando forma al conjunto de forma armoniosa, y la factoría LucasFilm en pleno se ha dedicado a proporcionar un montaje que encaje de forma rutilante, un guante esbelto, meditado y preciso. Se presenta, al cabo, como una suerte de sinfonía visual, o al menos como un llamativo, resultón divertimento que arrasa allá donde va.
Obvio escribirlo, la edad de los asistentes a los conciertos resulta variopinta. Abundan los seguidores acompañados de hijos recién hechizados, y también padres que vieron el estreno de la saga, allá por 1978. Tampoco es raro encontrar al personal disfrazado, los cascos germánicos de los malos, las túnicas propias de los seguidores de la República y, claro, las espadas laser, multitud de sucedáneos de espada líquida y fluorescente que los niños agitan como caros fetiches.
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