Al ver una Hummer de 150 mil euros doblar en una de las esquinas, Marco Vernaschi supo que había encontrado al narco que buscaba. Estaba en Guinea Bissau, un país al oeste de África que desde su última guerra civil en 1998 ni siquiera tiene electricidad. El número de chapa de la camioneta figuraba en la planilla que le había dado INTERPOL. Lo encaró al conductor sin ninguna estrategia más que impresionarlo. Durante media hora le dijo al hombre que estaba al volante lo maravilloso que era el coche, más una cantidad de exclamaciones que terminaron en la confesión:
Mirá, yo sé de que te ocupás. No soy policía ni me interesa lo que hacés, pero quiero hablarte esta noche.
Era enero de 2009. Marco Vernaschi estaba allí porque había presentado un proyecto para The Pulitzer Center. Producía un reportaje fotográfico sobre narcotráfico. Abrió su computadora y le mostró el portfolio acerca de la coca en Bolivia, su último trabajo. Dijo que ahora quería publicar un libro con imágenes del tráfico en Guinea Bissau. Pidió que le abriera una puerta para colarse en su mundo. Ver a través de un obturador. Lo hizo. Salieron de parranda, se metieron en los barrios donde el crack se consume como si fuera cigarrillo, tomaron un trago con las prostitutas. La confianza y la desconfianza eran una soga que por momentos se tensaba. Hicieron un trato: nada de nombres, de mostrar sus caras, de dar detalles de lo que hacían. Marco cumplió. Lo que a él le interesaba era ver cosas para fotografiarlas, pero lo que quería contar, denunciar, estaba más arriba de ellos.
África Occidental está tomada por cárteles de droga. Guinea Bissau es considerado el primer narco-estado del continente. Se encuentra entre Senegal y la República de Guinea, con costa hacia el océano Atlántico. Tiene más de un millón y medio de habitantes que saben de pobreza, de corrupción, de la falsificación de medicamentos, de música pirata y de trata de personas. En los últimos tres años saben mucho más del tráfico de cocaína. Cuando el tiempo volteó todas las barreras, Marco penetró de lleno en la movida de sus nuevos amigos narcos. Supo cómo operaban, quién hacía qué, cuándo y por dónde. Entendió que los que dirigían la batuta eran miembros del grupo islamista Hezbollah, que por supuesto tenía contactos con cárteles de América Latina...