"We can do it", El Trabajo Femenino en 1940.

Antes de que los Estados Unidos entraran en la Segunda Guerra Mundial, algunas empresas ya tenían contratos con el gobierno para producir material de guerra para los Aliados. Casi de la noche a la mañana, los Estados Unidos entraron en la guerra y la producción bélica tuvo que aumentar dramáticamente en un corto período de tiempo, sin apenas tiempo de reacción.

Las fábricas de automóviles se convirtieron en factorías de aviones, los astilleros fueron ampliados y se construyeron nuevas instalaciones de producción a toda velocidad. Como es de suponer, todas estas instalaciones necesitaban mano de obra. En un principio, las empresas no pensaban que habría una escasez de trabajadores, así que no se tomaron (en ese momento) muy en serio la idea de contratar a mujeres para suplir a los hombres que se acababan de adentrar en la Segunda Guerra Mundial.
 
Con el tiempo, las mujeres resultaron ser a todas luces necesarias, dado que las empresas estaban firmando grandes y muy lucrativos contratos gubernamentales que necesitaban ojos, manos y cerebros para poder materializarse.







El trabajo no era algo nuevo para las mujeres. Las mujeres de las clases más populares lo sabían bien: la necesidad de traer dinero a casa casi siempre ha vencido frente a cualquier prejuicio machista. Ahora bien, la división cultural del trabajo en función del sexo idealmente colocaba a las mujeres blancas de clase media en casa y a los hombres en los despachos y fábricas.

Además, cabe destacar que debido a la alta tasa de desempleo durante el periodo de la Gran Depresión, la mayoría de la gente se oponía a que las mujeres trabajaran, puesto que se consideraba que les quitarían el trabajo a los infelices hombres en paro.
 



 
El inicio de la Segunda Guerra Mundial puso a prueba esta manera de concebir las relaciones laborales. Todo el mundo coincidía en que había una gran necesidad de mano de obra.

También había acuerdo a la hora de permitir que las mujeres sustituyesen a los hombres en sus puestos de trabajo en las industrias bélicas mientras combatían en el frente. Eso sí, también se consideraba que solo sería un asunto temporal, limitado a una coyuntura bélica muy específica. Una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial, las mujeres deberían volver a ser modélicas y abnegadas amas de casa.
El gobierno de los EE.UU tuvo que enfrentarse a muchos desafíos para lograr que las mujeres se incorporaran a la fuerza laboral. Al poco de comenzar la Segunda Guerra Mundial para los estadounidenses, el gobierno estaba muy insatisfecho con los resultados de los primeros llamamientos para que las mujeres cambiasen el aceite de cocinar por el de engrasar.




 Con ello en mente, las autoridades estatales iniciaron una revolucionaria campaña de propaganda orientada a vender la importancia del esfuerzo bélico con la esperanza de atraer a las mujeres a puestos de trabajo otrora inimaginables para ellas. Las mujeres respondieron a la llamada al trabajo fuera de casa de manera diferente en función de factores como la edad, la raza, la clase, el estado civil y el número de niños. La mitad de las mujeres que aceptaron trabajos relacionados con la Segunda Guerra Mundial pertenecían o bien a minorías o bien eran mujeres de clase baja que ya estaban dentro de la fuerza de trabajo. 




Cambiaron trabajos mal pagados típicos de mujeres por empleos mejor remunerados en las fábricas. Lo cierto es que a medida que la demanda de mujeres trabajadoras iba creciendo, las empresas se veían obligadas a contratar a las chicas que acababan de graduarse del instituto, al estar estas en principio libres de cargas sociales que un hombre de la época de la Segunda Guerra Mundial no tenía.

Con el tiempo, quedó claro que las mujeres casadas eran necesarias, incluso a pesar de que nadie quería que trabajasen, especialmente si tenían niños pequeños a su cargo. Era francamente complicado emplear a mujeres casadas puesto que muchos de sus maridos se oponían frontalmente. Otros tiempos, sin duda.
 





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